El Anhelo de lo Eterno
“Cuando has eliminado lo imposible, lo que quede,
por improbable que sea, tiene que ser la verdad.”
Esta regla tan famosa es realmente la base de todo tipo de investigación. Y es sobre esa regla que tropieza cada uno de nosotros casi al diario en sus juicios y prejuicios, tomando decisiones y formando conclusiones durante toda su vida.
Clasificamos eventos, deseos, aun a personas entre “imposible” o “improbable” con bastante ligereza, olvidándonos del simple hecho de que si algo es improbable, hasta muy improbable, es sencillamente porque ha sido difícil probarlo; pero no lo podemos descartar como imposible. Por ejemplo, si la selección mexicana de futbol nunca ha rebasado cuartos de final en la Copa Mundial, podemos decir que es improbable que lo haga en el futuro; pero no podemos decir que sea imposible. El hecho de que algo nunca ha sucedido no implica que no pueda suceder (aquí se inserta un suspiro con fervor…).
Aun el más renegado ateo, al afirmar la existencia del universo sólo por coincidencia, se topa con un problema insuperable: obvio no es imposible que exista el universo, porque sí existe. Entonces se calculan las probabilidades de que llegue a existir el universo como está (“probabilidad” indica que se puede probar) y la probabilidad matemática es una cifra súper-exponencial (1 entre 100 mil millones seguido por 123 ceros más) tan escasa que en términos humanos, es cero. La probabilidad de que se forme ADN para que haya vida orgánica es virtualmente cero (10 seguido por 40,000 ceros). En estos cálculos además tenemos que tomar en cuenta la existencia de suficiente gravedad de masa y la fuerza electromagnética para mantener neutrones y protones en unión durante suficiente tiempo (neutrones libres se desintegran en minutos) para establecer los elementos, entre ellos el carbón, para que vida orgánica exista, y se mantenga en existencia, y se desarrolle…y que tú estés leyendo estos comentarios—?
Ciertamente improbable, pero aquí estás.
Al llegar a este punto, es muy fácil saltar a la conclusión de que todo aquello tan complicado, con cifras indecifrables (al menos para “laicos”) sucede para que tú y yo estemos aquí. Es exageradamente improbable; tan así que sería locura buscar el propósito de la existencia en la existencia misma. Hay una propuesta acerca de esto, que llaman el “Principio Antrópico”, que sugiere que todo esto existe para que pueda existir el ser humano. Es débil ese principio, no sólo por las muchas razones de física y bioquímica, sino hasta por razones filosóficas.
A saber: si todo lo que existe resultara ser una plataforma—con diseño inteligente, hasta de un Creador—para que en esa plataforma pudiera existir el ser humano, y pudiera saber (se supone) que todo fue creado con la mira al ser humano, entonces deberíamos encontrar enorme y plena satisfacción, y sentirnos totalmente realizados…sólo por existir en medio del universo. Pero no es así.
Entonces, ¿qué nos queda?
Es evidente que cabemos y encajamos muy bien en el universo. A pesar de todo tipo de cambio, nos adaptamos muy bien. Esperamos buenos momentos, y nos deprimimos o nos desesperamos si no se cumple nuestra esperanza, y esa esperanza es muy resistente.
El filósofo y autor cristiano C.S.Lewis lo expresó así: “Si descubro en mí un anhelo de algo que en este mundo nunca encontrará satisfacción, debo considerar que fui hecho para otro mundo.”
Por ejemplo, en un universo en que no existe el chocolate, sería absurdo que yo encontrara en mí un anhelo de chocolate. Ni siquiera habría una palabra “chocolate”. Imposible. Lo normal sería que, por haber probado el chocolate, después quisiera probarlo nuevamente. (¡Hasta es muy probable!)
¿Qué sucede en el caso de alguien que nunca ha probado chocolate, tampoco sabe cómo se llama, pero que, habiendo probado todos los sabores que hay en el universo, anhela chocolate? Claro, es improbable el hecho de que él tenga ese anhelo (sus amigos le dirían loco) pero no es imposible, porque en ese universo el chocolate sí existe. Tal vez nunca en su vida llegue a probar chocolate, pero no es absurdo que lo anhele.
Ahora, descubro en mí un anhelo. Hay cosas en el universo que se parecen a ese anhelo, pero ya las probé, y no son lo que anhelo. Voy eliminando lo imposible, y me quedo con algo muy improbable; las cifras son exponenciales: aun viendo que la probabilidad es casi cero, sigo anhelando. Me siento compatible con el universo, pero no satisfecho. Anhelo lo eterno.
¿Qué tal si el universo—inclusive yo—fue hecho con otro fin? ¿Qué tal si el universo—inclusive yo—sí es una plataforma, pero no para conocerme a mí mismo, sino para conocer al que diseñó todo? “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas.” (Romanos 11:36)
Si el chocolate existe, es normal anhelar chocolate. Si Dios existe, y descubro en mí el anhelo de lo eterno, mi anhelo no es absurdo. Si Dios existe, hay que conocerle (ver video). Tal vez nunca en mi vida me quede satisfecho, pero mi anhelo no es absurdo.
“En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho
cuando despierte a tu semejanza.” – Salmo 17:15